miércoles, 11 de julio de 2007

Pandillas escolares: El flagelo social de la ciudad de la furia







“Basta de mentiras/ Ya es suficiente/ La yuta nos tortura/ Nos saca las moneas/ El hambre se respira/ respira/ respira/ Salgamos de la mierda/ Agarremos un ñonca/ Salgamos de la mierda/ Fumemos un monito/ Salgamos de la mierda”.

La estrofa pertenece a la canción “Maldita” del dúo de rap Suficiente de La Legua. La mítica población de la comuna de San Joaquín, en el sur poniente de la ciudad, alberga es sus estrechas casas cientos de crudas realidades todas cruzadas por el alcohol, las drogas, la pobreza y la maginalidad.

En este contexto Juan Carlos Soto (15) y Marjorie Farias Melo (16) crearon un dueto que a través de la música intenta dar a conocer su realidad. Ambos, además del rap, comparten el gusto por Colo-Colo y a pesar de las diferencias de género integran uno de los grupos más respetados de la población: La Garra Blanca.

La conexión con la hinchada alba les permite tener una amplia red de contactos en el vecindario, ser protegidos en caso de ataque de otra pandilla rival, tener acceso a productos robados a bajo precio (principalmente ropa y artículos eléctricos) y conseguir droga a cualquier hora. Son los códigos de la calle, el modus operandi de cientos –miles quizás- de adolescentes que se ven obligados a ser parte de un sistema delictivo por sobrevivencia, imitación y contexto.

Pero los chicos del dúo Suficiente sienten que a nadie le interesa conocer cómo viven. Es por eso que prefieren hablar de sus temas –ocho en total- y de sus planes musicales: autoeditar un disco.

De lunes a viernes ambos asisten a un liceo nocturno de San Joaquín (evitan dar el nombre para evitar problemas, enfatizan). En el lugar comparten sus experiencias con personas mayores, principalmente trabajadores de ambos sexos. Ellos sienten que el estudio no les acomoda, ya que su futuro es la música y no descartan dedicarse por completo al “arte”.

En los pasillos y recreos, Juanca y La Maggi, como son conocidos por sus amigos, aprovechan de ensayar su música rebelde y contestataria. Hablar de arrestos por parte de la policía (yuta en coa) es habitual. Más aún, y siempre sobre la base de su metalenguaje, portar un “ñonca” (cañón, pistola o revólver) es casi una obligación si se quiere ser respetado.




Su popularidad como “rapstars” les ha permitido ocupar algún sitio de relevancia en su pandilla. “No nos podemos quejar, igual somos populares; la Maggi más que yo, claro porque es mina”, reflexiona Juanca. Y en efecto ciertamente su talento los pone en una categoría especial dentro del grupo.

A pesar de eso, ambos sienten la responsabilidad de ser parte de un clonglomerado y no dudan en “aperrar” por la pandilla si es necesario.

La historia de Juanca y la Maggi no es la aislada. Las pandillas escolares parecen ser ya un elemento transversal de nuestra sociedad.

Problema familiar y social

¿Por qué los adolescentes optan por conductas violentas frente a la sociedad? A juicio de la sicóloga Yalile Valdivia Anaís el problema tiene dos aristas: familiar y social.

“Claramente existe una gran responsabilidad en la familia. Y si ésta falla comienza la debacle. Es que los adolescentes están en una etapa clave en su vida y necesitan validarse frente a su grupo de pares. Desgraciadamente muchas veces lo hacen equivocadamente y caen en conductas delictuales”.

A juicio de la especialista, el sistema educacional también juega un rol clave, ya que el menor muchas veces se siente más reprimido que ayudado a superar sus problemas.

- La educación formal también aporta con su grano de arena para crear niños-delincuentes. Cuando se enfrentan a un caso problemático optan por la suspensión o expulsión. Grave error. Y esto lo hacen como mecanismo de defensa, ya que en la mayoría de los centros de educación se carece de unidades de apoyo mental multidisplinaria para una etapa clave en la vida de una persona.


Al otro lado de la ciudad, en lo que podríamos denominar la otra realidad social, también hay menores con problemas. Esta vez no es el hambre el denominador, sino que la pertenencia a una pandilla.


F.D.C. tiene 16 años y ya fue expulsado de un colegio por sus problemas disciplinarios. Hoy estudia en un establecimiento sui generis ubicado en los faldeos precordilleranos de la capital. Asiste de ropa de calle, usa en pelo largo y el sistema de enseñanza es libre, sin notas.

Más allá de las regalías como estudiante, R.D.C. pertenece a un grupo de elite que por sus características es perfectamente posible llamarlo pandilla.

En las tardes, tras sus relajadas jornadas escolares, se junta con sus amigos en diversos puntos del sector oriente de la capital. Si bien aún no delinquen, los enfrentamientos con grupos rivales han sido verdaderas guerras campales.

“No hay que dejarse pasar a llevar. Y si alguien osa echarme la foca, tiene que responder”, señala el menor.

R.D.C. evita hablar de drogas en su grupo y advierte que las preguntas sobre el tema lo incomodan. Amenaza con suspender la entrevista si le consultamos sobre el consumo en los sectores altos de la capital.


Conace en la lucha

Si bien R.D.C. se niega a hablar del tema, las cifras confirman el permanente uso de sustancias prohibidas. Según un estudio del Conace “más del 65% de los que reconocen estar consumiendo marihuana hoy, tienen entre 19 y 25 años, y la edad del primer consumo en nuestro país es a los 14,9 años, ligeramente más tardía si lo comparamos con el primer consumo de alcohol, la droga lícita más usada, que es a los 13,3 años de edad. Sin embargo, lo más preocupante lo constituye el comparativamente mayor porcentaje de consumo que ha ido en aumento estos últimos años a edades menores”.

El sondeo del 2006 muestra que “la mayor oferta de marihuana se concentra entre las regiones Primera y Sexta, incluida la Región Metropolitana, con la excepción de la Segunda Región”.

La muestra agrega que “en todas estas regiones alrededor del 30% de los escolares tuvo algún ofrecimiento para comprar o usar marihuana durante el último año. Es en esas mismas regiones donde el riesgo percibido por usar marihuana frecuentemente es más bajo y donde también se registran las mayores prevalencias de uso de marihuana en el último año, que están sobre el promedio nacional y que bordean el 16% y el 17%”.

El coronel (r) de Carabineros Pedro Valdivia, experto en seguridad y asesor de variadas entidades con respecto al tema, asegura en su página web que “los componentes de pandillas crean su propio "territorio," sea en el colegio, comunidad, sector, etc., y normalmente su comportamiento es abiertamente hostil. Fuera de este territorio, pueden parecer amigables y amistosos, sin embargo al sentir violado su ‘código’, y sentido de justicia propia, puede ocasionar una repentina falta de cooperación, y lo que es peor generar un estado de violencia”.

El ex uniformado advierte cómo es la actitud de los integrantes de las pandillas: “A menudo son embusteros y manipulan fácilmente su ambiente a su conveniencia. Las apariencias pueden engañarnos, los inciviles tienen dificultades para controlar emociones y sentimientos, se muestran constantemente enojados y a la defensiva y presentan un fuerte resentimiento hacia la autoridad”.

Menores manipulados

El sociólogo Eduardo Jiménez ha trabajado en reiteradas oportunidades con menores pandilleros. Su juicio con respecto a los grupos organizados apunta al Estado a través de sus organizaciones de base como mecanismo para detener la violencia.




“En las poblaciones los menores que asisten regularmente a escuelas son manipulados por sus pandillas para que dejen de hacerlo. La clave está en evitar la formación de este tipo de grupos a través de un trabajo de campo multidisciplinario que parta en la familia y llegue a la escuela. Sólo así, bajando la motivación del menor por sus pares, se logrará bajar la delincuencia y la pertenencia de los chicos en pandillas”.

¿Falta de oportunidades para las nuevas generaciones o tribus ciudadanas integradas por semillas de maldad y delincuencia? Difícil respuesta para una sociedad que se empeña en juzgar menores con el fin de bajar las tasas de delitos.

Mientras se discute a nivel intelectual, el hambre golpea, la patológica necesidad de consumo arrecia y los hijitos de papá aportan su grano de arena para convertir, ciertos sectores de la ciudad, en verdaderos infiernos, donde la ley tiene su propia interpretación.